Todos sabemos ya de los males para los consumidores de la obsolescencia programada. ¿Pero de dónde surge? Te contamos su origen y cómo ha llegado hasta nosotros.
La historia de la obsolescencia programada se remonta a los años 20 del siglo pasado, cuando el presidente de General Motors, Alfred P. Sloan, ideó una estrategia para competir con el gigante automovilístico rival, Ford. Frente a los esfuerzos de Henry Ford por inundar Estados Unidos con su modelo T, que se mejoraba progresivamente para que los nuevos clientes pudieran acceder a una versión mejor, Sloan quería que los que ya tenían un coche de GM lo cambiaran por el último modelo cuando el anterior aún funcionaba, simplemente porque sentían “cierta insatisfacción con los modelos anteriores en comparación con el nuevo”.
El origen de la obsolescencia programada: de los coches a las bombillas
Sloan aplicó a sus coches el concepto de modelo anual, que era como funcionaba por aquel entonces en la industria de las bicicletas (si te suena que ahora muchos smartphone se renueven cada año, ya sabes de dónde viene). Sin embargo, la visión inicial no se centraba en la baja durabilidad; el presidente de GM utilizó el término “obsolescencia dinámica”, ya que su intención era que los propios consumidores vieran su coche como obsoleto en comparación con los nuevos modelos y lo sustituyeran aunque no lo necesitaran.
Fue después el agente inmobiliario Bernard London quien en 1932 sugirió en un artículo una forma de estimular el consumo para capear la Gran Depresión. Y ahí es donde se habló por primera vez de “Obsolescencia programada o planificada”.
Pero antes de esta fecha ya se había hecho algo similar. En 1924, una reunión de los principales fabricantes de bombillas en Ginebra dio origen al cártel Phoebus, cuyo objetivo era repartir el mercado mundial de estos bienes. Esta organización también estableció una norma para la esperanza de vida útil de las bombillas: 1.000 horas, frente a las 1.500 o 2.000 horas que eran habituales hasta entonces. Los ingenieros se excusaron ante las acusaciones diciendo que a partir de las 1.000 horas disminuía la eficiencia y aumentaba el derroche de energía.
Del origen al día de hoy
Desde entonces, que ya ha llovido, a veces parece que al hablar de obsolescencia programada hay gente que se acerca a ella como si fuera una especie de conspiración. Pero no, si ya has leído nuestro blog en otras ocasiones, la obsolescencia programada existe, a veces incluso con causa (en productos que pueden ser peligrosos pasados un tiempo), pero la cuestión es cuando algunos productores se aprovechan de ella y por lo tanto de los consumidores para no alargar la vida útil de sus productos tanto como podrían servir.
Pero como decíamos antes, aunque el término “obsolescencia programada” no se utilizó hasta la década de 1950, la estrategia ya había calado en las sociedades de consumo.
¿Y qué pasa con las baterías en los aparatos modernos?
También está la cuestión de la batería en los móviles y otros dispositivos modernos, que, como todas las baterías recargables, tiene un número finito de cargas y suele agotarse mucho más rápido para cuando los proveedores de servicios ofrecen una actualización subvencionada. Es conocido por ejemplo el caso de Apple, que dificulta que los clientes retiren y sustituyan las baterías del iPhone en casa, ya que las baterías están selladas en el cuerpo del teléfono con tornillos especiales de cinco puntos. La sustitución de la batería por parte de Apple cuesta bastante dinero, por lo que la empresa ha sido acusada en varias ocasiones de sacar beneficio de ello.
Pero claro, si no cambiamos la batería, es sencillo que ese teléfonos nos sea menos útil pasado un tiempo. Y por lo tanto la empresa que los vende salga beneficiada.
En definitiva, la obsolescencia programada existe, y debemos reclamar y conocer nuestros derechos ante ella ya que lleva ya camino de un siglo poniéndose en práctica.